Justin Wolfers

El milagro económico mundial de
Barbie y la resiliencia de las cadenas
de suministro mundiales

Justin Wolfers
Economista y profesor de la Universidad de Michigan

Barbie es un milagro económico mundial

Arabia Saudí produce petróleo que se refina obteniéndose etileno, el cual luego se envía a Taiwán, donde el etileno se utiliza para producir las bolitas de plástico de vinilo que se convierten en el cuerpo de Barbie. Su cabello de nailon proviene de Japón. Los campesinos chinos trabajan en grandes fábricas ayudando a montar las Barbies a partir de sus piezas integrantes. Estados Unidos suministra su embalaje de cartón y los gerentes de Hong Kong supervisan todo el proceso. La popular muñeca de plástico se envía luego a más de cien países de todo el mundo y, en cada caso, los camioneros nacionales facilitan el transporte que la lleva a su destino final en los estantes de la tienda de juguetes.

Esta extraordinaria cadena de suministro global permite que la popular muñeca de plástico, que ha sido fabricada por Mattel desde finales de la década de 1950, llegue al mercado a un precio tan bajo que la hace asequible para satisfacción de los niños de todo el mundo.

También es representativa de una transformación de décadas en la estructura de la vida económica, en la que la lógica de la especialización se ha introducido en cada una de las diversas etapas de producción incluso de un solo producto, como Barbie. El resultado es que vivimos en una economía caracterizada por largas cadenas de suministro globales, en las que cada bien se produce globalmente, en diferentes etapas y en diferentes países.

Los viajes por el mundo de Barbie también destacan las preocupaciones que muchos tienen sobre este modelo. Estas largas, complejas y cada vez más globales cadenas de suministro significan que Barbie es el producto de muchos países, incluidos tanto los aliados estratégicos como las amenazas, así como naciones estables e inestables. La preocupación, en resumen, es que una interrupción en cualquier puerto de escala de Barbie podría evitar que esta llegue a la tienda de juguetes del barrio.

Vivimos en una economía caracterizada por largas cadenas de suministro globales

Por supuesto que esto no es realmente una preocupación por las muñecas de plástico. Más bien, Barbie es una metáfora de la naturaleza cada vez más compleja y global de producción de nuestros alimentos, productos manufacturados, tecnología y cada vez más servicios.

Pero Barbie —o al menos las cadenas de suministro globales que representa— ha capeado la pandemia mundial de la COVID-19 notablemente bien.

La pandemia ha supuesto la interrupción del comercio mundial del siglo. Interrumpió todos los elementos del comercio y, prácticamente, detuvo el flujo de personas a través de las fronteras.

El potencial disruptivo de la pandemia supera con creces cualquier desastre natural, que normalmente solo afecta a una región, y ha obligado a un aislamiento mayor que el de una guerra, que normalmente separa a un país de sus rivales pero no de sus aliados.

La pandemia ha supuesto la interrupción del comercio mundial del siglo

Sin embargo, las cadenas de suministro globales han demostrado ser notablemente sólidas.

En todo el mundo, una asombrosa variedad de alimentos sigue estando disponible en los supermercados locales. La producción global ha continuado en gran medida, aunque con algunas interrupciones, ya que las fábricas tuvieron que adaptarse para encontrar formas de operar con seguridad. Y la marcha del proceso tecnológico continuó, lanzándose una ronda tras otra de mejoras en ordenadores, teléfonos móviles y software —especialmente software de videoconferencias— que rápidamente han estado disponibles en casi todos los países.

A pesar de que la COVID-19 transformó nuestras vidas, no cambió mucho los productos que podíamos comprar cada uno de nosotros. Además, mientras algunos precios han subido, otros han caído, y en general no se ha producido un aumento de la inflación.

El mayor impacto en las cadenas de suministro globales en nuestras vidas parece haber causado un daño notablemente pequeño. En parte, esto se debe a que esas cadenas de suministro demostraron ser más resistentes de lo que sus críticos imaginaban. Y en parte es porque demostraron ser más adaptables, cambiando los suministros a medida que surgían obstáculos.

Ha habido excepciones, por supuesto. Lo más preocupante fue la escasez en un primer momento de equipos de protección personal, en Estados Unidos y en muchos otros países. La demanda de mascarillas se disparó a un nivel extraordinario y los gobiernos de todo el mundo compitieron ferozmente por las existencias disponibles. Para mí, la lección aquí no es tanto la de los problemas en las cadenas de suministro, sino más bien que cada país necesita mantener suficientes reservas de equipos de protección para asegurarse el estar preparado para futuras pandemias.

Y aunque una primera distribución de vacunas ha sido difícil, la producción ha sido notable, ya que las grandes —y globalizadas— compañías farmacéuticas han producido millones de dosis de vacunas en muy poco tiempo.

Por supuesto, todos tenemos nuestras quejas. En muchos países, los confinamientos iniciales provocaron escasez de papel higiénico. Pero esa escasez no se debió a problemas de suministro, ya que la mayoría de los fabricantes mantenían las líneas de producción en funcionamiento. Más bien, reflejó un impacto extraordinario en la demanda, debido al almacenamiento compulsivo. La historia, al parecer, era un miedo retroalimentado, en el que el temor a que otros comprasen el papel higiénico disponible llevó a los consumidores a intentar ganarle al otro para comprar los rollos restantes.

Y en Estados Unidos y otros países hubo escasez de bicicletas, mancuernas y equipos de gimnasia. No es casualidad que se trate de artículos grandes y difíciles de transportar. Más importante aún, la escasez de mancuernas era una molestia, y no tanto una seria amenaza.

Por lo tanto, me queda concluir que, si bien hubo algunas interrupciones en el comercio mundial, estas han sido la excepción, más que la regla. Y quizás Barbie —y las cadenas de suministro que representa— tenga un mensaje para nosotros. Es dura, es resiliente y ni siquiera una pandemia global puede con ella.

Barbie —y las cadenas de suministro que representa— es dura, es resiliente y ni siquiera una pandemia global puede con ella

Justin Wolfers es profesor de Economía y de Políticas Públicas en la Universidad de Michigan y profesor visitante de Economía en la Universidad de Sídney. También es investigador asociado de la National Bureau of Economic Research ; colaborador principal no residente de la Brooking Institution, colaborador principal no residente del Peterson Institute for International Economics, investigador del Institute for the Study of Labor (IZA) de Bonn; investigador afiliado al Centre for Economic Policy Research de Londres; investigador principal del Kiel Institute for the World Economy, y miembro del CESifo, de Múnich.
El Dr. Wolfers se doctoró en Economía en el 2001 por la Universidad de Harvard, y obtuvo las becas Fulbright, Know y Menzies. Recientemente el FMI lo definió como uno de los «25 economistas menores de 45 años que configuran la forma en la que pensamos acerca de la economía mundial». Más allá de la investigación, colabora como columnista en el New York Times.